El cambio climático y sus implicaciones es algo cada vez más patente en nuestras vidas. Cada vez más presente en el debate social, se habla de ello en los medios de comunicación, en las conversaciones y sobretodo en determinados círculos —crecientes— de personas más concienciadas al respecto. Los hechos son contrastables: sequías y grandes tormentas antes no tan frecuentes, aumento de la temperatura global o mayores fluctuaciones locales de temperatura, la desaparición de los glaciares, el aumento del ritmo en la extinción de especies… cambios en el clima y sus consecuencias, básicamente.
La mayoría de la comunidad científica está de acuerdo en que gran parte del problema es causado por la actividad humana y se teme por el futuro del delicado equilibrio que hace posible la vida en esta maravillosa y asombrosa biosfera. Sin embargo, a nivel individual parece que nos lo tomamos de forma distinta. Hay quien se coloca en el extremo del negacionismo, argumentando que es todo un montaje, una conspiración para que no sigamos desarrollándonos o para que vivamos en el miedo. También los hay que se atrincheran en el pasotismo: «total, los demás van a seguir haciendo lo mismo, no hay remedio». En el otro extremo el miedo hace mella y o bien nos paraliza o también nos hace perder la alegría de vivir y lo que transmitimos a los demás es más bien desesperación y angustia.
Personalmente creo que hay razón para estar muy preocupados, pero también siento que el miedo no es buen timonel. En todo caso, sea cómo sea, no hay tiempo que perder y es por eso que en los últimos años he ido incluyendo cambios en mis hábitos para reducir el impacto que ejerzo sobre el planeta. Soy consciente de que el hecho de que solo unos pocos cambiemos no es ni mucho menos suficiente y esta es una razón que me hace dudar constantemente y que sume de vez en cuando en la tristeza, la impotencia y la desesperación. Pero sigo insistiendo, en la medida de mis posibilidades, porque es la única forma que conozco de concienciar a las personas que tengo alrededor y de poner el asunto sobre la mesa.
Durante gran parte de mi vida me he planteado este tipo de cuestiones, cual es mi impacto en el medio en el que estoy inmerso, en la sociedad, en las personas de mi entorno. Ver cómo nuestra sociedad se rige por principios que no tienen en cuenta al entorno, los recursos, el bienestar general —incluidos animales— es algo que me entristece profundamente. Me desespero viendo cómo desperdiciamos recursos naturales valiosos, cómo nos guiamos por la codicia y arrasamos los entornos naturales, cómo despreciamos todo aquello que no tiene un valor económico mesurable, cómo nos aislamos de los demás y de la naturaleza que nos nutre y de la que somos parte… y todo ello me produce mucha impotencia.
El caso es que vivo en este lugar y en este momento y no otro. Y por esa razón necesito encontrar un equilibrio entre formar parte de la sociedad en la que vivo y ser saludablemente crítico y desobediente. Soy consciente de que vivir inmerso en esta sociedad implica tener ciertas necesidades que no tendría en otra. Es una cuestión comparativa y de contexto: hace 25 años no tener móvil no era un asunto grave, ahora puede serlo. Teniendo en cuenta estos condicionantes, cada cual puede encontrar su propio equilibrio, puede decidir cuales son aquellas cosas de las que puede prescindir y de cuales no. Y creo que es algo personal. Y que también depende del propósito de cada cual. Jane Goodall viaja constantemente en avión para dar sus charlas y concienciar a otras personas sobre la importancia del medio ambiente y de los derechos de los animales. Es parte de su propósito y es distinto a viajar en avión por placer. Aquí cada cual elige.
Pero, ¿qué hago yo en concreto?
Pues he cambiado algunos hábitos por otros más sostenibles en la medida de mis posibilidades, tanto prácticas y materiales como emocionales.
Alimentación
Hace ya más de la mitad de mi vida, unos 25 años, que no consumo carne ni pescado. Desde hace algo más de 4 años que llevo una dieta vegetariana estricta —lo que se suele llamar común e incorrectamente dieta vegana— por lo que no consumo tampoco huevos ni lácteos. Aunque la principal razón por la que dejé de comer carne y por la que a día de hoy soy vegano es por una cuestión ética y de respeto a los animales, mi segunda razón es definitivamente la ambiental. Está demostrado que el consumo de productos animales en nuestra sociedad es causa importante de las emisiones de efecto invernadero, del consumo desorbitado de agua dulce y energía, así como de la contaminación del suelo, aguas subterráneas y otras problemáticas. Si no tuviera en cuenta la dimensión ética del asunto, supongo que consumiría productos animales con mucha moderación y probablemente de origen ecológico o al menos de ganadería extensiva. Pero recalco lo de moderación ya que —aunque con menos impacto que la ganadería intensiva— la ganadería extensiva no sería tampoco sostenible en los niveles actuales de consumo.
Otra cosa que evito al máximo en mi alimentación son los productos ultra-procesados y también los productos envasados siempre que me es posible. Para ello compro muchos productos a granel (cereales, legumbres secas, frutos secos, semillas, frutas desecadas, especias, tés e infusiones, etc.). Mi alimentación está también basada en el consumo de gran cantidad de frutas, verduras y hortalizas frescas, lo cual disminuye considerablemente los embalajes comprando en los lugares correctos.
Y eso me lleva a la siguiente costumbre, la compra de productos locales siempre que me es posible. Soy socio de una tienda en régimen de cooperativa que provee de productos de alimentación e higiene de forma lo más ecológica y socialmente responsable que nos es posible. Allí compro fruta, verdura, pan, graneles… La filosofía de la cooperativa es —entre otras— que el producto sea local siempre que sea posible, así como ecológico y que los productores hayan recibido un precio justo, algo que también es importante para la sostenibilidad teniendo en cuenta la dimensión social y humana.
Algunos de los productos que aquí no tenemos todavía a granel los adquiero en otra tienda que dispone de una gran cantidad y variedad de productos que puedo comprar llevando mi propio envase. Mención también para Vegetas, negocio de alimentación artesano donde compro productos que normalmente vienen envasados como tofu, tempeh, yogur de soja, al peso y en mis propios envases.
Transporte
A la hora de desplazarme doy prioridad a la bicicleta siempre que puedo. O a pie si el trayecto es corto o voy en compañía. Viviendo en una ciudad como València, una ciudad prácticamente plana y con un clima suave a lo largo del año, no encuentro mejor modo de moverme. Mencionar, sin embargo, que no ha sido hasta hace algunos años, con el cambio político en las instituciones, que se ha fomentado mucho su uso habilitando espacios seguros. No ha sido algo surgido de la nada. No en vano existe en la ciudad una larga trayectoria de activismo por el uso de la bicicleta y del transporte sostenible, así como del concepto de la ciudad amable, liderado —sin duda— por Valencia en Bici durante más de 25 años.
Cuando no me es posible desplazarme a pie o en bici o no me resulta conveniente, utilizo el transporte público, metro y autobús para desplazamientos en el área metropolitana. Y de vez en cuándo utilizo el coche para salir de València, ya sea por problemas de acceso o de horarios, pero no suele ser más de 2-3 veces al mes.
Otra de las cosas que hago para disminuir mi impacto respecto al transporte quizás te resulte chocante: tengo el mismo coche desde hace 20 años. Habrá quien piense que estoy contaminando más que con un coche nuevo, que consumo más, etc., pero todo depende del uso que le des y del mantenimiento del motor del vehículo. Yo lo uso poco, el coche consume poco y fabricar un coche nuevo conlleva un consumo energético y de recursos bastante importante que hay que valorar. Es cierto que la primera razón por la que no cambio de coche es por cuestión económica, todo hay que decirlo. Pero aunque pudiera no lo haría, ya que no considero que esté justificado.
Respecto a viajes más largos y el uso del avión, la verdad es que hace años que no subo en uno. Es cierto que tiene que ver también con una cuestión de prioridades económicas, aunque si pudiera, antes de hacerlo pondría directamente en la balanza las siguientes preguntas: ¿vale realmente la pena el impacto ambiental que voy a causar? ¿lo hago por una necesidad de enriquecimiento personal real o aporto algo valioso a la comunidad con ello? ¿puedo realizar este viaje con otro medio de transporte o sustituirlo por otra experiencia o actividad?
Productos desechables
Otra de las cosas que he cambiado en mi vida es que he reducido considerablemente el uso de productos desechables además de los envases de productos de alimentación. Siempre que puedo evito que me den bolsas, compro productos que no lleven envases plásticos, etc. Esta es la tarea más compleja ya que la valoración de un producto —incluso siguiendo el mismo varemo ambiental— tiene muchos aspectos y un producto local puede venir con un embalaje menos sostenible o un producto con poco embalaje —e incluso biodegradable o compostable— puede venir de la otra parte del planeta, tener una calidad y una duración menor que lo asumible o una mayor huella ambiental.
Energía
Quizás es este el punto en el que más quiero avanzar. A pesar de que no soy precisamente un derrochador, es cierto que llevo tiempo posponiendo la decisión de darme de alta en Som Energia y de esta forma consumir electricidad que no proceda de combustibles fósiles. En cuanto vaya más holgado económicamente me haré socio y podré, además, conectar los consumos de familia y amigos con mi misma cuenta.
También está el tema del consumo digital. Parece que dejar de imprimir, no consumir papel y hacerlo todo a través de documentos digitales visualizados en pantallas se ha convertido en la solución del problema de la deforestación. Pero no todo es verde en este camino. Los aparatos (móviles, ordenadores, tabletas, libros electrónicos…) que nos sirven para visualizar estos documentos tienen un coste ambiental. Y no sólo eso, los ordenadores y dispositivos de almacenaje que tienen que mantener esos documentos, muchas veces accesibles en cualquier momento desde la nube, tienen un consumo energético importante. Y yo soy un consumidor habitual de todo ello: Dropbox, Netflix, Kindle, etc. No es que quiera volver al papel o a lo más primitivo tecnológicamente, pero creo que aquí puedo aplicar en serio el minimalismo y desprenderme de muchos documentos que no necesito, así como hacer un uso más lógico y reducido de Internet y la nube.
Consumo en general
En cuanto al consumo, en general, tengo que decir que en los últimos años me han influenciado mucho conceptos interesantes del minimalismo.
No compro por comprar, compulsivamente. El consumismo es uno de los principales problemas ambientales, sociales e incluso diría psicológicos de nuestro tiempo. Intento aplicar algunas sencillas reglas minimalistas:
- No comprar aquello que no necesito, dejar un pasar un tiempo prudencial después de un impulso de compra para ver si realmente necesito/quiero lo que voy a comprar.
- En ese periodo valoro no sólo el coste económico de la compra sino el del mantenimiento, el tiempo y energía que comporta y el coste emocional de ello. ¿Puedo realmente permitírmelo?
- A pesar de poder permitírmelo, me pregunto si es eso lo que necesito en ese momento o hay otra cosa que compraría antes que lo que estoy valorando.
- Por último me pregunto si puedo pedírselo prestado a alguien o si no es viable si puedo adquirirlo de segunda mano.
Esto último es algo que he comenzado a hacer hace un tiempo y no lo aplico en todos los casos pero sí que lo he hecho con buenos resultados en diversas cosas. Mi móvil es un ejemplo de ello: un iPhone 6S que compré hace dos años de segunda mano y que todavía está en pleno funcionamiento y cubriendo todas mis necesidades al respecto —apenas un cambio de batería hace unos meses—.
Otro asunto que tengo en cuenta es el de alargar la vida de mis pertenencias. A veces nos compramos el último modelo de algo o cambiamos enseguida de ropa, cuando no es necesario y ni siquiera sirve para lo que nos proponíamos, que muchas veces es tapar un vacío emocional. Como ejemplo, yo continúo utilizando para trabajar un iMac de 2009 al que le he añadido una memoria sólida y le he alargado al menos 3 años de vida. Aunque lo que seguramente más te llamará la atención es mi tostador Taurus con más de 20 años… ¿alucinante verdad? Y además ha sufrido varios incidentes en toda su vida útil, incluido un incendio —llamarada y todo— que deformó parte de su estructura plástica. Lo mismo hago con la ropa y otras pertenencias, intento cuidarlas y que me duren todo lo posible.
Otro aspecto del impacto de las pertenencias es las de aquellas que mantenemos si usar y que podrían estar haciendo un importante papel a otros y evitando un consumo innecesario por su parte. Por eso me tomo en serio donar y vender aquello que ya no utilizo. A pesar de querer mantener mis cosas lo más posible y darles una vida útil lo más larga posible, a veces dejo de necesitar algo, me doy cuenta de que ya no lo utilizo. El minimalismo me está siendo útil para desprenderme de cosas que ocupan un espacio físico, mental y emocional que ya no me compensa, pero es importante para mí desprenderme de todo esto de forma lo más responsable posible. Para ello Wallapop y las webs de compra-venta son una bendición. Entre las cosas de las que me he desprendido últimamente están un iMac antiguo que ahora es de colección y al que tenía arrinconado, una colección de revistas de diseño a las que no hacía caso… y muchos libros. Si echáis un vistazo a mi cuenta de Wallapop veréis que tengo todavía muchas cosas pendientes de despedir… ¡y quizás te interese algo!
También —y siempre que me lo puedo permitir— compro cosas de calidad que me vayan a durar. Por una parte es más práctico y por otra, al final, se están ahorrando recursos en su producción, los materiales con los que se fabrica y el transporte para que llegue a mí. Esa es una de las razones por las que me decanto por productos de Apple, p.e., que me han dado siempre un resultado bastante bueno.
Cambios pendientes
Con todo lo anterior, está claro que tengo todavía pendientes cosas que me gustaría mejorar, áreas donde puedo todavía hacer un consumo más responsable, reducir, reutilizar, etc. A lo ya mencionado sobre el consumo de energía con garantía de no generarse con combustibles fósiles y de la disminución y optimización de mi consumo de cuota de red y espacio digital, voy a sumar algunos puntos más. Algunos dependen más de mí, sin embargo otros comportan un cambio más estructural a nivel social y económico.
A pesar de considerarme una persona que aprovecha mucho más que la media los recursos, es cierto que no he profundizado apenas en el consumo de productos de comercio justo y éticos y me he limitado a comprar ropa lowcost principalmente, a excepción —honrosa— de mis dos pares de zapatillas y botines de Vesica Piscis Footwear, fabricados a pequeña escala en Elche en un proyecto basado en la economía circular.
Otros cambios que quisiera incorporar en mi vida necesitan un cambio más global. La posibilidad de reparar la mayoría de aparatos —actualmente es habitual que cueste menos comprar uno nuevo— es uno de ellos. Para que esto fuera realidad, tendría que cambiar primero la filosofía de su diseño y fabricación, de forma que se concibieran con la idea de ser más duraderos, reparables y adaptables o escalables. Esto solo sería posible dentro de un cambio de paradigma económico que no primara el beneficio a corto plazo y que tuviera en cuenta el costo medioambiental y social de cualquier producto o servicio.
Con qué me quedo de todo esto
Como reflexión final y a modo de resumen diría que para mí esta actitud es un campo de experiencia muy enriquecedor en cuanto a descubrir qué me está moviendo cuando tomo algo de mi entorno o de la sociedad. Es una buena oportunidad para ser consciente de que todos mis intercambios tienen un impacto sobre mi entorno y afectan a seres queridos y cercanos tanto como lejanos y extraños; a los animales humanos y no humanos; a las plantas, a los ecosistemas, a la vida en general. Me permite darme cuenta de hasta dónde estoy dispuesto a dar y hasta dónde me permito recibir y con qué intención. Esto me hace vivirme como un ser consciente en vez de simplemente sintiente y/o pensante.
El verdadero reto es mantenerme ahí en la brecha, sin abandonarme al nihilismo o a la pseudo-inconsciencia, ni a la obsesión por intentar evitar que dañemos al planeta que al final me impide cuidarme. Porque a la hora decidir hasta dónde llego, además de tener el cuenta cual es el propósito que me guía, quiero prestar mucha atención a mi equilibrio emocional. En el fondo la primera vida que debo de preservar es la mía. Y ese es el compromiso que asumo conmigo mismo y con las personas y demás seres que me rodean: el de cometer errores y a pesar de ello seguir en la brecha intentando ser más consciente y coherente conmigo mismo.