Big Magic, Libera tu magia

Libera tu magia es un interesante libro de Elizabeth Gilbert (Come, reza, ama) sobre la creatividad, con una visión amplia que abarca muchas áreas y fases del proceso: por dónde comenzar, qué entendemos por creatividad, cómo seguir inspirado cuando aparecen los inconvenientes… En las siguientes líneas voy a intentar condensar las ideas que he considerado más importantes. Mi intención es hacerlo de la forma más estructurada y clara posible para que te hagas una idea del contenido del libro y —quién sabe— quizás te animes a leerlo.

Siempre he tenido curiosidad por la creatividad: ¿En qué consiste? ¿Qué efecto tiene en el desarrollo de nuestra vida? ¿Cómo está considerada socialmente? ¿Somos todos creativos o se trata de un don propiedad de unos pocos? ¿en qué medida nos ayuda a tener una vida más satisfactoria… Tras escuchar las charlas TED de su autora, especialmente la primera, Your elusive creative genius y escuchar repetidamente la referencia a su libro en el podcast de Buen Beat, me decidí a leerlo con la esperanza de encontrarlo interesante. Y no me ha defraudado.

Como nota al margen, debo de admitir que no he leído nada de la obra de ficción de Gilbert, ni siquiera he visto la famosa película protagonizada por Julia Roberts, basada en su best seller Come, reza, ama. Y sinceramente, no está en mis lecturas pendientes… al menos por ahora. Pero es su visión del proceso creativo lo que me interesa. 

Lo que me cautiva es su atención sobre lo misterioso —lo mágico— que rodea al acto creativo. Y que, sin embargo, insista tanto en la necesidad de poner los pies en la tierra, alejándose igualmente de los que ven la creatividad como algo mecánico totalmente predecible y controlable (tanto metes, tanto sacas) como de los que tienen una visión tan romántica que se olvidan de la importancia del esfuerzo y la posibilidad del fracaso. Es por eso que siento gran simpatía por Liz Gilbert y su forma de abordar la creatividad, a la vez esperanzadora y honesta. Y porque cree en la creatividad como una capacidad —e incluso necesidad— de todos los seres humanos, no como algo exclusivo de unos pocos genios y artistas.

El libro, Big Magic en su título original, hace un recorrido por todo lo que la autora quiere transmitirnos sobre su experiencia con el acto creador. Lo hace a través de reflexiones e historias —mayormente cortas— donde va desgranando aquellos puntos que considera más importantes. Estos pequeños capítulos de pocas páginas están organizados en seis secciones con temáticas concretas; aunque, en realidad, todo está interconectado y los conceptos de unas secciones aparecen en otras añadiendo y aportando cada vez más profundidad y matices conforme el texto avanza. Aunque seas una persona práctica y te guste que vayan al grano, este tipo de aprendizaje requiere cierto deleite: dejarse llevar por la narración, empaparse de las distintas voces y tonos conforme se desenvuelve el libro. En todo caso, no se trata tanto de tener una lista de puntos a seguir, sino más bien de ir haciéndonos conscientes de los conceptos básicos y su enorme gama tonal. Y es a través de las historias que una se reconoce y se puede identificar, condición necesaria para integrar lo aprendido.

Las seis secciones de las que te hablaba antes pueden corresponder con seis fases, pero no de forma lineal, como ya supones. A partir de ahora voy a intentar condensar lo que más me ha interesado de cada una.

Coraje (Courage)

Traducido como valor en la versión castellana, yo prefiero traducir el término courage por coraje, directamente. Antes utilizaría valentía que valor, en todo caso. Y, para mí, es importante definirlo como «la habilidad de hacer algo que nos asusta». No busquéis esta definición en la RAE 😉

«Cuando el coraje muere, la creatividad muere con él». Así de rotunda es Gilbert. Ya nos avisa en las primeras páginas de que el miedo apaecerá en cuanto demos un paso adelante hacia nuestra tendencia creativa. Esta va a ser nuestra primera ocupación. Es normal: a nuestro miedo no le gustan los resultados inciertos y el proceso creativo nos invita precisamente a eso, a jugar, a que surja lo nuevo, lo inesperado. Sin esa pérdida de control, no hay creatividad. Sin coraje estamos abocados a una vida aburrida, lo opuesto de una vida creativa.

Pero nos alerta también de no caer en ese falso positivismo que nos incita machaconamente desde las redes sociales a deshacernos de nuestro miedo. Porque el miedo es un aliado imprescindible para sobrevivir: nos alerta de los peligros. Sin miedo es bastante probable que acabemos atropellados por un autobús, apuñalados por un atracador o arruinados tras una apuesta. Es una de nuestras emociones básicas. Si cortamos el contacto con ella, corremos el riesgo de que desaparezcan también otras emociones básicas —tristeza, ira, alegría…— y detrás de ellas nuestra curiosidad y capacidad creativa. ¿Qué propone entonces la autora para superar el miedo y dar rienda suelta a nuestra creatividad? Estar alerta. Y cuando el miedo aparece, decirle algo así como: «está bien, gracias por venir, gracias por avisarme, pero aquí no hay un peligro real, estamos jugando. Y ahora siéntate ahí que yo voy a tomar el control y vamos a pasarlo bien».

Una vez superado el miedo a lo incierto nos podemos abrir al misterio y dejarnos llevar por la inspiración. Se abre la puerta del encantamiento.

Encantamiento (Enchantment)

En esta parte se hace énfasis en el aspecto misterioso de la creatividad, ese encantamiento que procede de otro ámbito distinto al ordinario. Habla de ver la creatividad como algo que no es enteramente humano, que escapa a nuestro control, que no somos capaces de entender del todo. Y a partir de esta premisa sugiere que nos relacionemos con la inspiración con más humildad. No considerarnos por encima de ella, ni tampoco por debajo, simplemente como dos socios colaborando, cada uno con su parte: nosotras prestando nuestra capacidad de atención y realización y la inspiración poniendo la idea y las pistas a seguir.

Para poder descubrir nuevos caminos, tenemos que estar dispuestos a abrazar la incertidumbre de perder el control y dejarnos llevar. De eso trata la creatividad, ¿no? Eso sí, siempre trabajando, poniendo nuestras habilidades a disposición de nuestra inspiración y creando aquello que nos inspira.

Permiso (Permission)

Así como en el apartado anterior Gilbert nos invitaba de alguna forma a la colaboración humilde con  la inspiración, aquí nos impulsa a no irnos al otro extremo y dejarnos desbordar por la supuesta grandeza del proceso. No tenemos por qué ser grandes artistas o genios reconocidos mundialmente para seguir nuestra inspiración y ser creativos. Eso hay que dejarlo claro. Podemos encontrar en nuestro entorno muchas personas que pasan su vida creando cosas: tejiendo preciosos jerséis, cocinando platos deliciosos, cultivando un bello jardín o pintando piedras de curiosos colores. Puede que jamás alcancen fama y reconocimiento, más allá del aprecio —o incluso admiración— de sus amigos o seres queridos… y a veces ni eso. Pero siguen siendo personas creativas.

Liz lo dice muy claro con estas palabras: «¿Estás considerando convertirte en una persona creativa? Demasiado tarde, ya lo eres». Todos somos creativos por naturaleza. Parece ser que en un momento de la evolución y con las necesidades básicas ya cubiertas, decidimos que era más importante convertir en atractivos y bellos los objetos de los que nos rodeábamos que mejorar las técnicas utilizadas para conseguir alimento. Somos creativos por genética. Así que no necesitamos el permiso de nadie para volcarnos con nuestra creatividad. Solo necesitamos nuestro propio permiso. La inspiración, ese misterioso guía, trabajará con nosotros seamos quienes seamos, siempre que nos pongamos a su disposición y manos a la obra.

Pero puede que, en ocasiones, nuestra autoestima nos juegue una mala pasada y nos haga dudar y plantearnos que quiénes somos nosotros para expresar nuestra visión del mundo en nuestras creaciones. Ahora, la autora nos invita a sentir la arrogancia de la pertenencia. Todos y cada uno de los seres humanos somos únicos e irrepetibles, todos tenemos una visión personal y el mundo necesita esa visión. No se trata de hacerlo pensando «soy el más grande», sino «este soy yo». Liz no cree que las ideas sean de nuestra propiedad, que surjan de nosotros mismos, sino más bien que son ellas las que nos eligen si confían en que podemos llevarlas a la vida. Pero también considera que una vez tomamos una idea y nos volcamos en ella con pasión, esa idea nos pertenece, la hacemos nuestra. Y cabe recordar que no se trata aquí de crear algo “original” en el sentido de aportar algo diferente y forzado, sino de crear desde nuestra propia autenticidad. Eso es lo que hace que el desarrollo de una idea sea nuestro, único, precioso. Y para conseguir convertir nuestra idea en una creación, necesitamos perseverar.

Perseverancia (Persistence)

Gilbert ilustra la importancia de la perseverancia en el proceso creativo con una imagen muy clara. Para ella la pregunta no es tanto «¿Qué es lo que te apasiona?» sino «¿Qué te apasiona tanto como para atravesar por los aspectos más desagradables del trabajo?». Y ahí está la clave. No es tanto fantasear sobre lo que te gustaría hacer, sino ponerte a hacer algo de lo que te gustaría y ver hasta donde llegas cuando las cosas se complican. 

Aquí habrá que lidiar irremediablemente con la frustración cuando las cosas no salen como a uno le gustaría. Aquí es clave saber cuando seguir insistiendo y cuando abandonar. Para ello es indispensable conocerte bien y tener una visión clara sobre el punto del proceso en el que estás. Porque puede ser que nos demos cuenta de que no estamos lo suficientemente apasionados por algo. Y eso no es malo en sí; simplemente nos toca admitirlo, abandonar y buscar otra cosa. Pero otras veces ocurrirá que nos asalta la idea de que hemos fracasado, que nuestro trabajo no merece la pena. Nos desesperamos porque no llega el reconocimiento que esperábamos o nuestra obra no alcanza los niveles de perfección deseados.

¡Ah… el perfeccionismo! El perfeccionismo puede impedirte acabar una obra, pero también puede impedirte comenzar a trabajar en ella. Está bien tener cierto nivel de exigencia con lo que hacemos… siempre que sea realista. Sin embargo el perfeccionismo va a ponerte muy difícil considerar una creación lo suficientemente buena como para liberarla al mundo. Y lo peor: a la larga puede poner en duda tu capacidad para crear, de forma que te impida siquiera intentarlo. En el fondo, no es sino miedo paralizador (al fracaso, al ridículo, a no ser suficientemente bueno…) con otro vestido más elegante y glamuroso. Y aquí volvemos a la necesidad del coraje para perseverar y sacar adelante nuestra creación.

Otra cara del perfeccionismo es la tendencia a darle vueltas a los porqués una vez terminada una creación. Está bien reflexionar sobre lo que ha ido mal y sacar conclusiones que nos ayuden a detectar errores para no volver a cometerlos, pero no nos detengamos demasiado analizando nuestros fracasos, porque no siempre tienen que tener una explicación lógica y convincente. Liz nos anima a que conservemos una actitud de eternos principiantes, no dando nada por sentado, aprendiendo continuamente, maravillándonos.

Otro aspecto que se relaciona en el libro con la perseverancia es el asunto económico. Ya sea por considerar que somos demasiado creativos para preocuparnos por tan mundano asunto o por exigirle a nuestra creatividad que nos dé de comer y pague las facturas. La autora aboga por no infantilizarnos a nosotros mismos y asegurarnos por otro cauce nuestros ingresos, para no añadir presión innecesaria al proceso creativo. Presionarnos para ganarnos la vida con nuestro trabajo creativo es la mejor forma de acabar con la magia y quemarnos en el proceso. Si el momento de vivir de nuestras creaciones no llega, o tarda en llegar, o desaparece por un tiempo… un trabajo que nos mantenga es vital para poder seguir fieles a nuestro impulso creativo.

Confianza (Trust)

En este apartado Gilbert habla de no obsesionarnos tanto por encontrar nuestra pasión. Puede que no tengamos clara cual es. O que ésta cambie de tanto en tanto. O incluso muy a menudo. Siempre que andemos perdidos podemos seguir nuestra curiosidad, accesible en todo momento si la dejamos florecer. Me identifico mucho con su propuesta de estar abiertos a lo que nos llama la atención: fijarnos en ello, como si fuera una pista. Y una vez absorbidos por eso, habrá otra cosa que nos llame la atención: otra pista; sigámosla. Un camino infalible para descubrir qué nos apasiona, cuando estamos perdidos.

Pero, ¿por qué nos cuesta tanto seguir nuestros impulsos, confiar en ellos? Según la autora, tiene mucho que ver el hecho de que en nuestra sociedad hayamos perdido en gran medida nuestra conexión emocional con la naturaleza. Nuestros ancestros vivían más en contacto con su entorno: su supervivencia dependía en gran medida de fenómenos naturales fuera de su control, tenían más desarrollada la confianza en sus instintos y en la naturaleza y su misterio. Este contacto con lo misterioso es el que nos permite estar en contacto con nuestra propia alma: con esa parte de nosotros que sabe realmente lo que necesitamos y que nos impulsa a seguir incluso cuando las cosas se ponen difíciles. Porque ella persigue lo prodigioso y no se deja influir por las recompensas, la fama o el miedo a la crítica y al fracaso. Y para el alma, la creatividad es el camino más directo para llegar a eso a lo que aspira.

Para bajar un poco a la tierra después de tanto pensamiento de altura, me gustaría reflexionar aquí sobre lo que ocurre cuando no podemos hacer aquello que más nos gustaría. Con nuestra pasión descubierta, puede que en un momento dado no nos sea posible dedicarnos a ella, ya sea por tiempo, por recursos o por una circunstancia temporal que nos lo impida (falta de inspiración o un brazo roto, p.e.). Gilbert nos propone —a través de una anécdota preciosa— que no abandonemos y que al menos realicemos otra cosa mientras tanto. Que no nos quedemos quietos. Que estemos atentos a lo que aparece en nuestras vidas a lo que podamos dedicar nuestros esfuerzos creativos. Eso nos mantendrá activos y despiertos creativamente mientras nuestro brazo se cura o nuestra inspiración vuelve.

Divinidad (Divinity)

Me gusta especialmente la actitud que promueve la creadora de Come, reza, ama en cuanto a nuestra relación con la divinidad —sea lo que sea que eso signifique para nosotros— y respecto a la transcendencia de nuestras creaciones. Estas son sagradas y no sagradas a la vez. Tienen una importancia enorme y carecen totalmente de importancia, todo a la vez. La integración de esta polaridad —aparentemente contradictoria— nos permite tomarlas lo suficientemente en serio como para perseverar en su realización y compartirlas. Y, a su vez, no tomarlas demasiado en serio y permitirnos jugar, explorar, fracasar… no angustiarnos porque en realidad no son nada… y son todo.

Mitos, genios, humildad

Hay algunas ideas más de Gilbert que quizás no se asocian tanto a una sección específica porque recorren todo el texto y aparecen repetitivamente en varios momentos. Una de ellas es la alerta que nos envía a los que tenemos fijado en nuestro imaginario el mito del artista atormentado como modelo a seguir. Todos tenemos en mente varios referentes de los cuales siempre se ha destacado su vida tortuosa, su inestabilidad emocional y mental, su abuso de drogas, suicidio… de forma que hemos acabado creyendo que una verdadera obra artística o creativa solo surge del caos, la desesperación y el sufrimiento extremo. Como puedes imaginarte, esto implica olvidarnos de disfrutar del propio proceso creativo, aunque lo hagamos de forma inconsciente. Y, más allá, es modelo peligroso para nuestra propia salud mental, emocional y física. Por contra, la autora nos invita a desligarnos de esta nociva imagen y nos anima a cuidarnos y proporcionarnos todo aquello que es bueno para nosotros, puesto que eso es también lo mejor para nuestra creatividad. Nuestra estabilidad, nuestros momentos de introspección, nuestra atención serena, etc. harán un buen servicio a nuestro trabajo creativo. Bien es cierto que a veces la vida es dura y no podemos evitar momentos de dolor y sufrimiento —que también serán una importante fuente de inspiración—. Pero esto es bastante distinto a autoinfligirnos dolor y vivir deliberadamente en el caos con la esperanza de convertirnos en grandes artistas… con nuestras capacidades mermadas y nuestra vida destrozada. 

Como ya he comentado al comienzo del artículo, para mí, lo más interesante de la visión de Gilbert es la idea del misterio, lo desconocido, la magia, como base de la creatividad. Y pensándolo de forma práctica, esa magia a la que hace referencia la autora (el misterio al que me refería yo) ¿no es sino la propia incertidumbre de la vida? ¿conocemos nuestro destino, tenemos controlado todo lo que nos ocurre? Evidentemente hacemos un esfuerzo por mantener una estabilidad y una seguridad en nuestras vidas pero está claro que no somos nosotros quienes tenemos la última palabra, que en última instancia no somos quienes decidimos nuestro destino. Independientemente de si somos creyentes o no, de si creemos en un universo inteligente o en un caos de casualidades, esta realidad incierta se impone; y muchas veces lo hace con dureza. Así es cómo Gilbert nos sitúa en una posición de humildad, que considera nuclear para el trabajo creativo. Así como también lo hace con la narración del concepto de genio, con el que en la antigua Roma no se referían a los propios artistas (o creadores de cualquier tipo) sino a unos entes que habían elegido acompañar a estos. El ego del artista se desinfla. Y como veremos, esto es más beneficioso que otra cosa.

La idea, comentada ya en el apartado de «Permiso», de que no somos nosotros quienes tenemos las ideas sino que son las ideas quienes nos eligen a nosotros, me resulta también especialmente estimulante. No es nada original de Gilbert, desde luego, pero siendo un concepto poco científico ha caído últimamente en desgracia debido a nuestra cultura tendente al cientifismo y me alegra ver cómo se recupera en espacios serios y alejados de una visión demasiado desconectada de la realidad. Estoy convencido de que es especialmente útil para la persona creativa tomar esta distancia de humildad y aplicar la metáfora por la cual se representa nuestra mente como un aparato receptor y las ideas como los mensajes que vuelan por las ondas: nuestra tarea al respecto consiste en sintonizar aquello que más nos interesa y trabajar con ello. Lo contrario, que tampoco está demostrado científicamente, nos aleja de la humildad ante el misterio y nos lleva al aislamiento —de la naturaleza, de la vida, de los demás— y a la ansiedad frente a un universo contra el que estamos en guerra perpetua.

Resumiendo

Para la autora, la creatividad es un verbo, una acción. No se trata de haber nacido más o menos creativos sino de seguir el impulso creativo —hacedor— que todas llevamos dentro. No se trata de vivir en el mundo de lo imaginado, sino de viajar a él y volver para plasmarlo aquí, en el mundo real.

Una de sus afirmaciones que me hacen poner los pies en el suelo de forma contundente es la de que no es necesario que tu pasión creativa (por escribir, por componer música, por actuar, por dibujar…) acabe siendo tu profesión; ni siquiera una forma de ganarte la vida. Evidentemente ese concepto va de la mano de una creatividad no restringida a grandes genios o grandes figuras del arte sino que —¡sorpresa!— es algo que podemos hacer todas las personas. Y de hecho es recomendable que lo hagamos para nuestro desarrollo y nuestro bienestar, porque somos hacedores por naturaleza y necesitamos crear. Lo hemos hecho desde tiempos inmemoriales y está en nuestro ADN.

En este punto, me atrevería a condensar el mensaje de Elizabeth Gilber respecto a la creatividad —asumiendo el riesgo de la sobresimplificación— de la siguiente forma: no depende de ti que las musas te elijan como destino de ninguna idea brillante, aunque mejor que te pongas cuanto antes a trabajar, sea en lo que sea que te atraiga. Y cuando recibas una buena idea, no la dejes escapar, vuélcate en desarrollarla, aún sin la certeza de un resultado válido. Quizás duro, poco glamuroso y desalentador, ¿no te parece? Pues definitivamente no, —y ahí está lo mejor— porque la otra parte de la ecuación es que para vivir una vida creativa tienes que disfrutar por el simple hecho de crear, de seguir tu curiosidad, de zambullirte en la labor de dar vida a algo nuevo solo por la satisfacción de estar alimentando una necesidad profunda.

Al final, lo que para mí propone Gilbert es la posibilidad real de vivir nuestra vida creativamente, más que ser creativos o creativas, cosa que ya somos por naturaleza. Vivir con intención expresando la vida —o el universo— a través de nuestra única e irrepetible visión. Y no privar al mundo de ella, añadiría yo.

La necesidad de coraje para superar el miedo a lo incierto y para abrirnos al misterio. Cómo dejarnos llevar por la inspiración, confiar en que nos conecte con esa fuente desconocida, ponernos a su disposición (encantamiento). Ser conscientes del derecho irrenunciable de expresarnos como seres individuales e irrepetibles, independientemente de lo que otros opinen de nuestras creaciones (darnos permiso). La fuerza de la perseverancia, continuar siempre que nos apasione suficientemente, aunque no consigamos resultados aparentes ni reconocimiento. Seguir nuestra curiosidad, tener confianza en ella, profundizar en aquello que nos llama y no abandonar a las primeras de cambio. Seguir el dictado de nuestra alma (no de la fama o del miedo a la crítica) y estar siempre creando aunque no podamos hacer lo que quisiéramos. Ver la creatividad como algo sagrado e irrelevante a la vez, no tomarnos demasiado en serio nuestras creaciones pero trabajar en ellas dando lo mejor de nosotros mismos. La divinidad (lo sagrado o transcendente en nosotros) necesita de nuestro juego desenfadado para mostrarse.

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