¿Te has planteado alguna vez cambiar tu forma de consumir o tu estilo de vida para impactar menos en el medio ambiente? ¿Para contribuir activamente a la justicia social? ¿Se han estrellado tus intenciones contra un muro de dificultades, contradicciones, incomodidad e incluso cierta fricción social? Bienvenido al club, no eres el único.
En el mundo hiper-conectado en el que vivimos se han hecho habituales los documentales o vídeos en las redes sociales a través de los cuales tomamos conciencia de amenazas al medio ambiente, flagrantes violaciones de los derechos humanos y otras situaciones que nos impactan. Podemos, por ejemplo, observar atónitos cómo una gran catástrofe se cierne sobre un maravilloso enclave natural, amenazado por la codicia de una compañía petrolífera y sentir un tremendo enfado o una infinita tristeza. Minutos después, es probable que cojamos el coche para ir a 500 metros de casa para meternos en un gimnasio a hacer ejercicio. Paradojas de la vida, o mejor, de nuestro estilo de vida. Puedes también imaginarte con el corazón destrozado mientras observas en la pantalla la catástrofe del derrumbe del Rana Plaza, en las afueras de Dacca y acto seguido, impulsado por una publicación en una red social, compras en Amazon algo que no te hace falta, simplemente porque es tan barato que no vale la pena pensárselo dos veces.
Frente a esta paradoja reaccionamos básicamente de dos formas, según mi experiencia. La primera es ignorándolo de forma consciente, barriéndolo debajo de la alfombra y aquí paz y allá gloria. La segunda es sentir vergüenza por nuestra incongruencia, jurando que jamás volveremos a cometer ningún acto impuro. Y nos olvidamos de ello en cuanto nos damos cuenta de la imposibilidad de mantener nuestra palabra más allá de unos minutos, o unos días, a lo sumo. Tu mente te dice que no eres lo suficientemente puro y que no vale la pena que intentes nadar contracorriente para que encima tus pares te roben la ropa mientras te estás mojando.
Lo anterior es una sobre-simplificación, por supuesto. También existen —por lo menos— un par de opciones más. Una es engañarnos a nosotros mismos —o dejarnos engañar, que es más cómodo— pensando que como tiramos los plásticos al contenedor amarillo ya somos los más activistas del barrio, la conciencia ambiental y social en persona. Pero también podemos darle la vuelta: después de habernos sentido avergonzados —o al menos afectados— por nuestra contradicción y nuestro primer impulso de escaqueo, nos recomponemos y comenzamos a investigar, reflexionar, estudiar e imaginar cómo alinear lo más posible nuestras acciones con nuestros valores, todo ello dentro de nuestras posibilidades. Y nos ponemos manos a la obra.
¿Qué nos impulsa al cambio?
Como comentaba en la introducción, hay distintos aspectos del impacto que tiene nuestro consumo que son susceptibles de producir un deseo de cambio en nosotros. Por una parte está el problema medioambiental: el calentamiento global, la disminución de biodiversidad, la polución del aire, el agua y la tierra, la sobre-explotación de recursos, etc. Desmenuzando aún más, llegamos a aspectos más concretos, algunos de los cuales tienen un mayor impacto mediático. Uno de estos últimos, en estos momentos de actualidad, es el uso masivo de plásticos de un solo uso que acaban en el mar, contaminando y matando incontables animales.
Otro aspecto sería el ético. Este es el referido a la justicia social, a los sueldos justos, al trato digno a todas las personas involucradas en el proceso de creación, producción y comercialización de un producto o servicio. Y muchas personas lo extendemos también a los animales —seres sintientes como nosotros— cuyos derechos están actualmente condicionados a nuestras necesidades y quedan, por lo tanto, relegados a la anécdota en la mayoría de los casos.
Un baño de realidad no tiene por qué ser una rendición
Cuando pagamos un precio mínimo por un producto, casi siempre estamos ejerciendo nuestra presión para que las compañías reduzcan sueldos, limiten derechos, presionen gobiernos, silencien activistas, contaminen y destruyan el hábitat de millones de animales y mantengan a otros en crueles condiciones de vida, etc. Queremos disfrutar de bienes que se producen a miles de kilómetros a precios ridículos, comprar ropa nueva ultra-barata casi a diario, comer carne y productos de origen animal como alimento principal en cada comida, viajar cada vez más barato, consumir más, desechar más… y eso no es compatible con la justicia social, ni con la ética animal, ni con la sostenibilidad ni la protección del medio ambiente.
Pero mi intención no es restregarte por la cara tu incoherencia —que es también la mía— sino reflexionar contigo sobre las soluciones a esta encrucijada, los obstáculos del proceso y la forma en que podemos sobreponernos a ellos para avanzar hacia un mundo más acorde con nuestros valores. Considero que hay una parte de responsabilidad global que escapa —en cierta medida— a nuestro poder individual, pero existe otro ámbito que depende enteramente de nuestra actitud como individuos y es por ahí por donde podemos comenzar a trabajar.
Según mi propia experiencia, lo primero es localizar y definir qué es lo que me obstaculiza. Luego buscar estrategias para resolver las dificultades, marcarme unos objetivos realistas y ponerme a ello.
Las piedras en el camino
Una vez en marcha, vamos a encontrar distintas dificultades: incomodidad, contradicciones, crítica… y van a aparecer las dudas y las ganas de tirar la toalla.
Uno de los principales obstáculos que percibo es el hecho de que hemos crecido en una cultura en la que la base de nuestra existencia es la mejora constante. Mejora que asociamos a un mayor consumo, un mayor confort y mayores cuotas de independencia —entendida esta como la falsa sensación de no necesitar a nadie—. Solo sentimos que avanzamos si nuestro poder adquisitivo aumenta, podemos comprar más cosas y consumir más servicios. Y a pesar de la incapacidad práctica de un crecimiento económico continuado y de las sucesivas crisis que hemos sufrido en los últimos años, el advenimiento de la filosofía low cost nos ha permitido mantener la fantasía de que seguimos aumentando nuestro nivel de vida. Y eso es a costa de sacrificar el medio ambiente, el bienestar animal y los derechos de las personas que no alcanzan a subirse al carro. Y todos, de alguna u otra forma, somos arrastrados en última instancia por el carro.
Por otro lado, la llegada de las redes sociales y la hipercomunicación a la que estamos sometidos, añadida a la publicidad ubicua que cada vez es más sutil y menos reconocible, forman un coctel explosivo para nuestra autoestima. No todos triunfamos como quisiéramos, pero aspiramos a ello con devoción. No creo que haya nadie satisfecho en esta huida hacia adelante, ni siquiera las personas más ricas del planeta. ¿Crees que lo estarás tú cuando consigas todo lo que deseas?
Consumir menos, pagar un precio justo —mayor, normalmente— por un producto o servicio, auto-contenernos a la hora de utilizar el avión o el vehículo privado, hacer un esfuerzo extra para reducir el embalaje de los productos que compramos, no comprar cosas por impulso… todas estas conductas caen directamente en el saco de las cosas que menos nos apetecen. Y si hablamos de reducir nuestro consumo, de decrecer, se ciernen sobre nosotros las más horribles pesadillas. Aunque no lo percibamos del todo de forma consciente, sentimos el desagradable aliento del fracaso en el cogote, nuestra identidad se pone en cuestión y pasamos a formar parte en nuestra imaginación de los pobres, los desheredados.
Otro obstáculo es definitivamente el tiempo. Hemos asumido que el tiempo es oro y que para poder disfrutar de él debemos de comprarlo. Trabajar más para tener más dinero y poder pagar por todo aquello que consideramos que nos ahorra tiempo. De esta forma el consumo se convierte en una justificación y una necesidad a la vez. Justificamos el consumo de bienes que nos ayudan a llegar a todos nuestros compromisos laborales, sociales y personales. Y a la vez estamos tan saturados que necesitamos invertir una parte importante de ese dinero en distraernos, lo que implica más consumo, generalmente con un gran impacto ambiental y social. Sin embargo no queremos ni oír hablar de prescindir de nada de ello, creyendo que podríamos llegar a desaparecer si cesa nuestra ocupación permanente.
El momento es aquí y ahora
Ya tenemos localizados algunos de los obstáculos con los que nos encontraremos, pero tú puedes determinar otros observando tu carácter y tu comportamiento. Mi propuesta es que combines la observación de tus hábitos y tus creencias con la acción real sobre lo que te sientas capaz de cambiar.
Hay quien preferirá comenzar por comprar a granel para evitar envases desechables, otros por reducir el consumo de productos animales, algunos por priorizar los alimentos de temporada o sustituir el coche por el transporte público, el bus por la bicicleta… Ten en cuenta que aparecerán obstáculos en forma de críticas de tu entorno, sensación de tener menos tiempo o necesidad de organizarte para hacer la compra, novedades en tus rutinas y hábitos que requerirán de un esfuerzo de voluntad, etc. Para mí hay dos bases sobre las que apoyarnos: comenzar por cosas que no requieran demasiado esfuerzo y hacerlo en aspectos que nos motiven especialmente, esto último clave cuando aparecen las dificultades.
Te sorprenderás de la cantidad de cosas que consumimos y hacemos que pueden sustituirse por otras de forma fácil y sin coste. Más adelante, con la sensación de que estás avanzando, pasa a cosas que te impliquen más dificultad. Ves subiendo la apuesta conforme te sientas confiado. Habrán momentos de retirada y de duda, donde lo conseguido parece desaparecer en la niebla. Intenta no castigarte, cuídate mucho más en esos momentos si cabe, sabes que son parte del viaje y a todos nos pasa. Continúa en cuanto te hayas recuperado, a tu ritmo, y déjate fortalecer por la satisfacción de sentirte capaz de un cambio que transforma tu relación con el entorno, que alinea tus actos con aquello que sientes y que piensas. Es cuestión de encontrar un equilibrio, el tuyo.
Cuídate y no pierdas la perspectiva
Deshacer el vínculo que hemos asumido entre consumo e identidad y valoración puede ser complicado y es posible que esté imbricado con experiencias de la infancia y definitivamente es parte de nuestros vínculos sociales. Puede ser incluso un trabajo de años, podemos necesitar del apoyo de un profesional (terapeuta, psicólogo…) e implica otros muchos aspectos de nuestra personalidad que requieren de observación y cuestionamiento. Sin embargo, sabiendo que este mecanismo va a interferir en nuestro deseo de cambio, tenemos mucho avanzado.
Aprender a disfrutar de cosas sencillas, tejer vínculos con personas que compartan nuestras inquietudes y que nos valoren por lo que somos y no por lo que tenemos son acciones que nos ayudarán a no dejarnos arrastrar por la corriente consumista y disponer de un apoyo en los momentos de duda y cansancio. Puedes dedicar tiempo a diario a hacer alguna cosa sencilla que no requiera de consumo —o que este genere poco impacto— como dibujar, pintar, dar un paseo por un parque o por el campo, charlar con una amiga o amigo, etc.
El tiempo es un concepto bastante escurridizo y cuando vamos persiguiéndolo siempre vamos detrás, siempre es él quien nos condiciona a nosotros. Nuestra angustia por no encontrar un momento para desconectar puede estar impidiéndonos reconocer esos espacios de calma de los que siempre disponemos. Descubrir que fregar los platos nos relaja o que disfrutamos yendo al trabajo a pie pueden ser pequeños pero importantes hitos en nuestro camino hacia cambios más transformadores.
Resumiendo
Procura deshacerte de la idea de que tienes que hacerlo todo bien y ser un modelo de conducta impecable. Las contradicciones son inherentes al ser humano; haz lo que puedas, céntrate en lo que sientas que vibra más contigo. No se trata de ser perfecto sino de tomar las riendas de tu capacidad para generar dinámicas de cambio.
Cuídate y no te fuerces, no te sientas fatal por no hacerlo todo y ya. Eres sólo una personita con muchas limitaciones, pero tu aportación es imprescindible. Si te quemas, si te pasas de rosca, no estás en disposición de ayudar y no puedes disfrutar del proceso.
Lleva paralelamente un trabajo interior de crecimiento personal que te ayude a conocerte mejor y a distinguir qué es lo que más te importa y dónde puedes ser de más ayuda a la vez que te disfrutas con tu labor.
Y para despedirme, te dejo una frase que escuché hace tiempo y me encantó: «si no es divertido, no es sostenible».
Te deseo un buen viaje.
Hola Jose,
Gracias por la recomendaciones y por tu visión. Es verdad que ayuda sentir que no eres el único bicho raro y poco a poco vas conociendo a tu alrededor más personas que van cambiando desde los pequeños hábitos a los más grandes. Como dices, observándote, sin culpa,… y llegas a cosas que no te hubieras imaginado.
Yo, por ejemplo, con el tema de la ropa. De llevar siempre ropa «de los primos mayores» de pequeña, a tener un sueldo y querer remediar el «error» y comprar mucha ropa nueva, a solucionar problemas de ansiedad con esa compra y desechar la ropa que no estaba «de moda»…. Y, últimamente, a llevar lo que me gusta y me hace sentir bien, sin fijarme en modas ni tendencias, a vender o dar a otros lo que llevo arrastrando un montón de años (y varias mudanzas), y si en algún momento necesito algo o quiero cambiar, conseguir en el mercadillo de segunda mano, algún pantalón o camiseta por 2€, que según Edi el vendedor, vienen del norte de Europa…
Hola Aurora,
Muchas gracias a ti por tu comentario, un placer leerte por aquí 🙂 Me alegra mucho lo que comentas de tu proceso de toma de conciencia respecto a la ropa. Cuánto está todo esto relacionado con cómo nos vemos a nosotros mismos, ¿verdad? Qué guay que ahora te permitas ser tú misma y que el resultado sea más sostenible. Yo también he tenido épocas, por ejemplo con la fotografía o con los libros, comprando muchas cosas que nunca llegué a utilizar o utilicé poco, pero sentía que lo «necesitaba»… sí, somos cada vez más personas concienciadas y es reconfortante encontrarnos entre «raros» para compartir y apoyarnos entre nosotras 😉
¡Un abrazo!