Una de mis grandes luchas es la que libro a diario para intentar mantener un equilibrio de fuerzas entre los estímulos que recibo y mi capacidad de procesarlos. Así dicho parece sencillo —o una chorrada— pero no lo es. Al menos para mí. Es cierto que soy una persona con una gran sensibilidad y por ello me conviene prestar especial atención a la cantidad y calidad de impulsos e información a los que me veo expuesto. Dicho esto —y por lo que veo en a mi alrededor— me parece que mantener este equilibrio es importante y necesario para todas las personas, tengan un mayor o menor umbral de saturación frente a los estímulos del entorno.
Es ya un lugar común hablar sobre lo estresados que estamos en nuestra sociedad. El hecho de que llevemos siempre encima esa maravilla que es el smartphone nos coloca en una posición de fragilidad a la que no siempre le damos importancia, absorbidos por la gran cantidad de posibilidades que nos ofrece. Llevar un potente ordenador conectado con prácticamente todo el mundo, a todas horas, implica aumentar exponencialmente los impulsos que recibimos. Pero no es solo esto. Además de estar disponibles continuamente —y por lo tanto expuestos a interrupciones constantes— tenemos la presión de las redes sociales y el ritmo frenético de una sociedad en la que la inmensa cantidad de posibilidades nos estira hasta el mismo límite de nuestra resistencia. No queremos perdernos nada y observamos continuamente millones de oportunidades a nuestro alcance.
Y es aquí donde aparece la importancia de centrarme y elegir. De decidir qué es lo más importante y lo necesario, para poder soltar todo aquello a lo que no puedo llegar pero que —en el fondo— tampoco me importa realmente. Porque como dice David Allen, el pope de la productividad, “You can do anything — but not everything”, que viene a decir que tenemos una casi infinita cantidad de opciones pero no podemos llevarlas todas a cabo. Hay que elegir. Y a mí eso me duele y me cuesta de asumir —¿soy el único?—. Lo duro es que el resultado de no elegir, de quedarme siempre en el limbo de las posibilidades es una gran fuente de ansiedad, estrés, frustración y descontento.
Es por eso que en estos momentos considero que lo más importante para mí es centrarme en averiguar cómo quiero que sea mi vida y qué quiero hacer con el tiempo de que dispongo, que es finito. Para conseguirlo realizo actividades que me conectan con mis sensaciones y emociones, que me ayudan a detectar mis necesidades y mis deseos, a tener línea directa con mi esencia como ser humano. Sin embargo esta tarea no es tan sencilla en el mundo en el que vivo y menos siendo una persona altamente sensible. En realidad lo vivo como un círculo vicioso: para salir del estrés y la continua presión necesito estar conectado conmigo mismo y tener clara la mente y el corazón. Pero conseguir esto es difícil cuando la gran cantidad de estímulos e información que me llega, prácticamente sin interrupción, me mantiene en un estado continuo de ansiedad que me dificulta sobremanera conectar conmigo mismo.
En todo caso, poco a poco aprendo a descubrir lo que más me importa y me despido de aquello que ya no necesito, vaciando y limpiando mi entorno y mi interior de todo lo que me impide acceder a esa calma y serenidad desde donde tener claro qué es lo que merece mi atención y qué es lo prescindible. Es en ese proceso que voy dibujando un propósito de vida para evitar que sean las herramientas y las posibilidades las que me definan y gobiernen mi vida. Más allá, quisiera utilizar éstas para navegar en alineación con mis valores y con mi esencia. Cuando lo consigo, mi día a día ya no es una lucha titánica sino un esfuerzo —exigente, eso sí— por mantenerme alineado y a flote.
Cuando aparece la dispersión, la falta de concentración, el agotamiento, las continuas dudas, recuerdo en primer lugar una máxima: el hecho de que pueda hacer algo no quiere decir que tenga que hacerlo. Y a partir de ahí intento volver a mi centro. Con ejercicios de respiración, con un paseo, con yoga, con meditación, con los pies descalzos sobre la hierba o la arena… aquello que pueda hacer en el momento. Dormir suficiente, tener un espacio personal ordenado donde reponerme, pasar tiempo de calidad con personas cercanas, no abusar de estimulantes, etc. juegan sin duda un papel importante en el mantenimiento de mi equilibrio. Aunque mis herramientas más poderosas son, como decía antes, el propósito y la elección. Mantener los pies sobre la tierra aunque mi cabeza pueda estar, a menudo, entre las nubes.