Soy una de esas personas abrumadas por una potente autoexigencia, una de esas personas a las cuales el perfeccionismo les protege del fracaso. Y también, por supuesto, de la vida. O sea, me clava los pies en el suelo y me impide hacer poco o nada por aquello por lo que siento verdadera pasión o interés. «Parálisis por análisis», podría ser un diagnóstico. En el fondo no deja de ser una actitud bastante egoísta, en el peor sentido de la palabra; o sea, el más inútil.
Pero no me siento a escribir esto con el ánimo de lacerarme, siguiendo el dictado de ese duendecillo cabrón que me dice momento sí, momento también, que este texto al final va a ser un ladrillo que no interesa a nadie. Me siento a escribir con el ánimo de espantar al miedo al resbalón. Al mío —el miedo— y al tuyo.
Hay variadas razones por las que nos podemos encontrar en esta situación, atrapados por este déspota cruel y despiadado. Y es bastante probable que estas razones tengan que ver con nuestra infancia y con cómo aprendimos a defendernos del entorno cuando este nos fue desfavorable. Pero si algo he aprendido últimamente es que lo pasado es historia… una historia. Precisamente eso, una historia de las muchas que nos contamos. Y que esa historia sigue existiendo hoy en día porque sigo dejando que influya en mí ahora. Aquí —en el presente— es donde puedo volver a narrarla, dotarla de un nuevo significado. Es como reescribir el pasado pero sin el matiz maquiavélico de la manipulación por parte de los vencedores. La verdad es que puedo seguir argumentando con innumerables razones que mi perfeccionismo es algo de lo que enorgullecerme. O puedo saltar a la arena en gayumbos y ver qué me depara esta nueva etapa. Imagínate mejor la arena de la playa, en vez de la del circo romano o la plaza de toros.
Sí, eso está bien, pero no todo es yo y mi mismidad. ¿Por qué me da la impresión de que las personas más sensibles a las injusticias y los problemas del mundo tienden a sufrir esta perfeccionitis? No lo sé. Pero incluso diría que nos retroalimentamos unos a otros en esta carrera de cojos. Si me paralizo y no actúo en el sentido que me veo impulsado, el resultado es frustración. Y parece ser que una continuada frustración me lleva a inhibir a los demás de actuar según sus impulsos.
Vamos a imaginarnos una escena —no hace falta mucha imaginación, por cierto—. Alguien en una reunión de amigos o compañeros de trabajo comenta que va a dejar de comer carne por reducir el sufrimiento de los animales y ayudar a detener el cambio climático. Otros se abalanzan y le dicen que con el hambre que hay en el mundo va y se preocupa de los animales, o que si es un/a hipócrita porque toma lácteos que implican el mismo maltrato animal, o que si los pesticidas de sus verduras matan a millones de animales, o que si los pantalones que lleva están hechos por niños esclavos, etc. Y con toda su buena intención, coraje y disposición, nuestra amiga o amigo duda. Y a) pierde fuerza en su convicción y dice «es cierto, tienen razón, no voy a hacerlo nunca perfecto, mejor no me expongo al fracaso», b) se mantiene firme y comienza a contraatacar a sus opositores con miles de razones y justificaciones, algunas dudosas o falsas o c) toma el camino menos confrontativo posible en la discusión y valora las opciones y sus posibilidades. Es una simplificación, por supuesto, y hay variaciones e incluso otras opciones que os invito a indagar y compartir en los comentarios.
Lo anterior es más a pequeña escala, más cercano, pero también tenemos ejemplos más mediáticos como las críticas a Greta Thunberg o al reciente discurso de Joaquin Phoenix en la entrega de los Oscar. No voy a enumerarlas y analizarlas, simplemente comentar que van directas a nuestro perfeccionista personal con ánimo —más o menos consciente— de que éste nos paralice y dejemos de agitar sus delicadas conciencias. Y con esto no quiero decir que tengan o no tengan razón, sino que las contradicciones son inherentes al ser humano y que el no ser perfectos e impolutos no anula nuestras acciones y mucho menos nuestra validez como personas.
Pero no dejo de darle vueltas a la misma idea: ¿por qué somos precisamente quienes tenemos esa sensibilidad y empatía más desarrollada las que solemos vemos afectadas más intensamente por esas críticas y sobretodo por nuestro crítico interior? Supongo que es esa misma sensibilidad. Pero más nos vale aprender a gestionarla y utilizarla en nuestro beneficio, porque parece que de nosotras depende el seguir avanzando como sociedad.
Tengo claro que nuestras cuitas están inmersas en un espacio relacional en el que cuenta tanto lo interior como lo que viene del entorno, de nuestras relaciones con las demás personas y con la propia realidad. Pero es desde nuestra propia actitud desde donde tenemos margen de maniobra. En la situación que he puesto antes como ejemplo, en la primera opción, lo más probable es que entremos —o continuemos— en el bucle de perfeccionismo, frustración y parálisis que comentaba al principio como mi tendencia. La segunda opción nos va a llevar con bastante probabilidad a la fanatización; y la presión de la autoexigencia seguramente desembocará en aislamiento de los demás y de la propia realidad (interna y externa). Es la tercera la que nos empuja a asumir la realidad de nuestras posibilidades y la responsabilidad de nuestras acciones, la que nos puede llevar a encontrar un equilibrio entre el actuar y la reflexión, la que nos va a permitir valorar las posiciones de los demás y a ellos mismos y —sobretodo— la que nos va a permitir ponerle límites a esa insaciable autoexigencia y a ese perfeccionismo paralizante.
Si tienes —como yo— esta tendencia a la indecisión e inacción, te invito a que utilices las herramientas que tengas a tu alcance y que te resulten afines. Puede ser respirar profundamente cuando te encuentres sobrepasada y bloqueada por la ansiedad, puede ser ponerte pequeños retos con fecha tope para hacer aquello que pospones por miedo al fracaso o al qué dirán, puede ser dedicar tiempo regularmente a hacer cosas que te apetezcan donde no tengas que conseguir ningún resultado concreto (pintar, escribir, crear…), puede ser buscar un grupo de apoyo en gente afín, puede ser buscar la ayuda de un/a terapeuta, coach, mentor/a, amiga, etc.
Pero sobretodo te invito a que no dejes de hacer aquello que realmente sientes que quieres hacer, aquello que realmente te importa y disfrutas haciendo. Y que lo ofrezcas a los demás con orgullo. Piensa que no hay mucho tiempo y que cada vez queda menos. Y piensa que esto que te estoy diciendo me lo estoy diciendo yo a mí mismo, porque estoy en el mismo lugar que tú, codo con codo.
Un abrazo.
Gracias por dotar de sentido a nuestras existencias Jose! 🙂
¡Entre todas nos ayudamos a encontrar nuestro propio sentido! ¡Tú también me sirves mucho de inspiración! Me siento agradecido de saber que puedo aportar mi granito. ¡Muchas gracias por tu comentario y por tu apoyo, Inma! 🙂